EL SILLONCITO.

 

Rosario vivía sola por cabezonería. No quería que nadie se entrometiese en su casa. No soportaba mangoneos de cualquiera. Su sobrina, su única familia, padecía los accesos del mal humor y la destemplanza senil de su tía, y los toreaba como podía.  Aun así, porque cuidar es prevenir ante los peligros, decidió que era imprescindible que Rosario viviera acompañada.

Nelly apareció en la vida de Rosario sin hacer ruido, como de puntillas. Aterrizó en un avión suavemente y Cruz Roja la incorporó a un programa de acompañamiento de mayores a domicilio. Supo manejar el carácter desabrido de la anciana. Una personalidad difícil, hay que decirlo todo. Desplantes, exabruptos, manías. La joven cuidadora entendía sus necesidades. Solo ella sabía peinar con estilo su larga cabellera gris en un moño bajo, solo ella perdonaba las trampas de la abuela cuando jugaban al parchís, solo ella era capaz de cocinar comidas suaves, poco especiadas. A la señora le gustaba la ensalada hecha con lechuga verde y tomate porque los demás añadidos eran modernidades que no estaba dispuesto a permitir; Nelly consiguió incorporar el ingrediente mágico de su país: unos granos de maíz. La anciana pasaba demasiado tiempo sentada mirando por la ventana  del salón de su casa; Nelly logró que diera unos pasos por el pasillo, al principio a regañadientes, y después que saliera a la calle sujeta a su brazo a caminar despacio por las mañanas. La octogenaria acababa agotada del tránsito por las aceras y el tumulto de los coches, y entonces Nelly la acomodaba en su silloncito donde pasaba las tardes, colocándole una mantita por encima de las rodillas. En sus charlas vespertinas, Rosario contaba que había sido siempre una mujer autosuficiente, independiente y libre. Había vivido en el campo cuidando gallinas y cabras y cultivando un huerto. En la ciudad, enferma como ella, se encontraba disgusto. En las calles atestadas olía mal, como a orines acumulados o basura desperdigada; el tráfico infernal producía demasiado ruido, los conductores de coches pitaban sin ton ni son a los autobuses; todo era muy caro y muy insípido en el súper.

Solo Nelly era una joven considerada, suspiraba.

Le embargó la pena cuando Nelly tuvo que regresar a cuidar de su hijito. “Qué voy a hacer yo sin ti”.

Pasados unos meses, Rosario removió el mundo hasta conseguir que su sobrina la ayudase a ir en busca de Nelly, allá donde estuviera. Aeropuerto, chaqueta roja, silla de ruedas, avión. Cuando avanzaba por el pasillo de la aeronave dijo que no quería ventanilla porque se despeinaba. La sentaron en la butaca, le abrocharon el cinturón de seguridad y le colocaron una mantita sobre las rodillas. Por fin, mansa. “Como en mi silloncito”, pensó.

Matilde González López.

 

 

Publicado en la antología narrativa Más que historias, colección Ficcionaria, editorial PuertaBlanca, Córdoba, Argentina, noviembre 2024, pp. 29-30.

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3 respuestas

  1. Solo uno más… es que tengo muy reciente la lectura de ‘Diario de una buena vecina ‘ , de Doris Lessing. Y este cuentito me la ha recordado¡¡.

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