REFLEXIONES SOBRE EL PERÚ HISTÓRICO Y LITERARIO.
Este ensayo breve ha sido galardonado con la tercera Mención de Honor en el VIII Premio Internacional “Letras de Iberoamérica” 2024, y publicado en la revista En Sentido Figurado, México, julio-agosto 2024, año 17, número 5, p. 87-93.
Doce horas de vuelo separan Madrid de Lima. Es una fracción de tiempo insignificante si pensamos en todo lo que distancia a España de Perú. Ese salto geográfico que la aviación comercial permite hacer con poco esfuerzo hoy en día, fue la prueba de fuego de los españoles del siglo XVI para hacerse con el Nuevo Mundo. Por un capricho del destino me ha tocado nacer en la parte europea del mundo; añado otra arbitrariedad, y es que, además, habito el siglo XX. De modo que llego a Lima, Perú, con la experiencia dada en una realidad arropada por la sociedad del bienestar. En cuanto aterrizo, empero, el equipaje intelectual que llevo conmigo se convierte en una ensoñación que se da de bruces con la realidad peruana.
Armada de bibliografía y de lecturas, me recuerdo a mí misma que el Virreinato de Perú abarcaba en la práctica casi todo el continente sudamericano, incluido el actual Panamá. Las lenguas oficiales eran el español, el quechua y el aimara, en simultáneo. La creación del reino de Perú por Real Cédula de Carlos I de España y el gobierno a través del Consejo de Indias administraban las provincias americanas según el aparato político de la Casa de Austria. Partiendo de este punto de vista hispanista, la monarquía no consideraba a este territorio una colonia, sino una circunscripción con importancia similar a otras tierras españolas. Es un pensamiento que recrea el carácter integrador de la monarquía hispánica, que fundó universidades, colegios, hospitales y trajo a América la cultura renacentista de progreso. La Universidad Nacional Mayor de San Marcos, fundada en 1551, fue la primera universidad en América; dos años más tarde, en 1553, con la creación de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas, se establecía la educación superior en el continente. La lengua española sirvió para unificar la riquísima diversidad cultural del Virreinato. Como idioma común, el español sirvió para trasladar en primer lugar la literatura y más tarde la cultura europea a Perú. Lo español supo mezclarse con la cultura precolombina produciendo un fenómeno único en el mundo, el mestizaje. Este proceso de mezcla sería una novedad y tendría como consecuencia una vitalidad como no se ha visto en ningún otro territorio conquistado ni en ningún otro momento de la historia. Yo creo con firmeza que el mestizaje produjo beneficios. Cierto es que la lengua española era el instrumento principal para propagar la religión católica por encima de las creencias autóctonas y que, del mismo modo, se utilizó para organizar la política económica y social del Virreinato. No obstante, no hay que perder de vista que la sociedad peruana así creada se convertía en una sociedad nueva de pleno derecho, se hacía parte integrante del imperio español como una provincia más, y ello fue gracias a la educación y a la extensión del español que hablamos en la actualidad más de quinientos millones de personas. Incluso José María Arguedas reconocía en 1940 que el español es el idioma del mestizaje.
La realidad, sin embargo, estuvo marcada por tintes menos optimistas. Llevados por la mentalidad de los siglos XVII y XVIII, los españoles no tuvieron en cuenta a la población indígena y la utilizaron en demasiadas ocasiones como mano de obra explotada sin ninguna consideración. Hoy reconocemos el esfuerzo que los jesuitas hicieron por aprender quechua y evangelizar en la lengua autóctona, pero también admitimos que no respetaron las tradiciones religiosas indígenas y en casi todos los casos el catolicismo se impuso a la fuerza. Algunos religiosos conscientes de los abusos ejercidos sobre los indios nativos alzaron sus voces conta la servidumbre, los trabajos forzados y las encomiendas como focos de desigualdad. Fray Bartolomé de las Casas estaba sin duda cargado de razones para escribir sus denuncias en los años 1540-1550.
El curso de la historia siguió girando sobre estas premisas y nada cambió hasta el momento del constitucionalismo. Siguiendo la estela del progresismo español de la Constitución de Cádiz (1812), las Juntas americanas hablaban con entusiasmo de los derechos humanos y de libertad. Los dominios de América, parte integrante hasta entonces de España, consideraron que tenían derecho de autodeterminación y autogobierno. En este contexto, Simón Bolívar se levantó en armas y se erigió libertador dando forma a los congresos constituyentes de nuevos países que se hicieron independientes de la corona española. La declaración del 8 de abril de 1824 definía a los indios propietarios de sus tierras. Desde ese momento los indígenas estaban capacitados no solo para trabajarlas, sino para disponer de ellas, venderlas y organizarse en comunidades que repartían tierras colectivas. Se trataba de declarar extinguidos los cacicazgos y acabar definitivamente con la injusticia que suponía la apropiación de fincas por los españoles. Las consecuencias no fueron bien previstas porque las comunidades indígenas se disolvieron y sus habitantes quedaron desprotegidos; las propiedades fueron repartidas y, finalmente, los recursos económicos se debilitaron. Esta penosa situación se tradujo en convenios de adquisición que, una vez más favorecieron a los hacendados. El período republicano del siglo XIX trajo consigo un agravamiento de la situación indígena por la mala gestión de los criollos.
La literatura señaló algunos de estos problemas. Por ejemplo, Clorinda Matto de Turner se hacía eco de la desigualdad en Aves sin nido, en 1889, pero solo elevaba descripciones sin formalizar protesta alguna, con declaraciones de intenciones teóricas. La situación se fue agravando en toda América hasta que en 1920 en México se hace pública la corriente indigenista como ideología política, un movimiento de raíz socialista. En Perú, las constituciones de 1920 y 1933 se establecieron como marcos legales para la defensa y apoyo de los indígenas. Se declaró que el Estado debía proteger a la raza aborigen y se reconocía la existencia legal de las comunidades nativas. En materia económica se asentaron las bases jurídicas para la reforma agraria. El indigenismo se hizo corriente ideológica en 1928 con la aparición de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de José Carlos Mariátegui, quien empezó a considerar la economía desde el punto de vista marxista. Para este crítico, la solución al problema del trabajo colectivo de los indígenas pasaba por organizarse como cooperativas agrarias de producción y, además, ofrecer educación ideológica a las masas nativas para enfrentarse en lucha abierta contra los hacendados. El pintor Mario Urteaga Alvarado representaría el artista independiente, sin formación académica, ejemplo de indigenismo al representar escenas de la vida cotidiana de la indiada. Los ponchos de colores, las casas de adobe, las gentes protegidas por sus sombreros y sus costumbres eran los personajes que también aparecían en la obra de Ciro Alegría, El mundo es ancho y ajeno de 1941. Mariátegui pensaba que no es lo mismo la literatura indigenista, que presenta una versión bucólica de la vida andina, y la literatura indígena, que refleja una visión más auténtica. Ideal frente a realidad. Y en este punto el debate se abre a otros campos, en concreto al de la educación.
Desde la Ciudad de los Reyes visito un distrito que pertenece al valle de Ate, Huaycán (Comunidad Urbana Autogestionaria de Huaycán), acompañada de dos amigos que me acompañan en coche. La etimología dice que la zona era territorio quechua, el nombre deriva de wayqu (“quebrada”) y describe los desfiladeros pedregosos que rodean el lugar. No muy lejos de allí se encuentra la Universidad Agraria La Molina, institución que editó en 2017 Ocho ensayos entre el quechua y el español, de William Hurtado de Mendoza.
Si nos colocamos en una postura purista sobre las aportaciones literarias quechuas debemos referirnos a la oralidad: harawikuq o expresión oral de la literatura y la historia. Poesía oral que transmite las fábulas, las leyendas y los cánticos del universo cultural andino, con su estética y su explicación ligada al lugar geográfico, la cosmología y los mitos. Hurtado de Mendoza insiste en que la metáfora quechua sigue viva en la actualidad, a pesar del dominio del español y de la política republicana, y perdura desde México hasta Chile. Tiene elementos que sobreviven porque son manifestación del pensamiento. La escritura poética en quechua es minoritaria y parece una opción ideológica que enfrenta la tensión cultural entre la continuidad andina, por una parte, y la permanencia hispana, por otra. Los saberes culturales llevan implícitos experiencias y conocimiento, así como una forma peculiar de observar el universo. La creación literaria quechua tiene como destinatario el colectivo de donde se alimenta, a su vez. Es un tesoro, pero no puede quedarse fijo en los indígenas y estos no deben permanecer anclados en el pasado.
En la década de los años 30, César Vallejo escribía desde su experiencia retornando a la tierra y haciéndonos cómplices de la conciencia de ser indígena. José María Arguedas es el escritor mestizo por excelencia porque escribía íntimamente tanto en quechua como en español, que reconoció como lengua del mestizaje; estaba unido a ambas tradiciones y sufrió más que nadie la mezcla de las dos realidades. Nada hay tan limpio que sea sólo válido para una comunidad. Hay campos conceptuales interferidos entre el quechua y el español que han producido metáforas híbridas. Cuando ambas sociedades se mezclan, se parte de una para llegar a otra y el lenguaje produce mensajes culturales nuevos. Quiero decir que hay trasvases, contaminaciones que, sin embargo, reafirman el sentimiento de pertenencia y el pensamiento andino. En el otro lado, los libros en castellano llevan valores aceptados aun viniendo de fuera y son el paso previo para los estudios superiores. Yo tengo confianza en el carácter transformador de los libros. Creo firmemente que los niños de Huaycán en este siglo XXI deben aprender a leer todos, sin excepción, en español porque ello les va a proporcionar el acceso a la cultura oficial, a la bibliografía académica, si desean emprender estudios universitarios, y a la literatura en el amplio sentido. Ahora bien, esta apertura de expectativas no debe cerrar la puerta a su mundo quechua, bajo ningún concepto, ya que se puede conservar en la tradición oral como riqueza intangible. Niños y jóvenes tienen que aprender a abrirse a lo que queda lejos y no necesariamente considerar lo autóctono como marginal porque insisto en que el universo no se reduce al pasado tradicional. Ya sabemos que el mundo es ancho y se abre a lo desconocido y cambiante, y los ciudadanos deben estar preparados para lo que venga en el futuro. Personalmente, tengo fe en la comunicación y en el porvenir que facilita la educación. A Perú se le despliega el futuro por delante y tiene una gran potencia en sus escolares, sus mayores efectivos de progreso, a quienes deberá desarrollar aunque para ello haga falta occidentalizar a los indígenas. No pueden quedarse atrás, sería ahondar en la desigualdad. Nadie sabe si de entre ellos se graduarán ingenieros, matemáticos, poetas, médicos o filósofos, tan necesarios para la comunidad como los campesinos. Las instituciones del Estado deberán hacer frente a una enorme responsabilidad. El moderno Perú está por llegar.
Matilde González López, 2024.