RAFAEL EN EL PRADO.
Hace poco he terminado un breve curso impartido en el Museo del Prado por el catedrático emérito José Manuel Cruz Valdovinos. Fue mi profesor de la asignatura llamada genéricamente “Renacimiento” durante el cuarto curso de especialidad, en la Universidad Complutense, de manera que reencontrarme con él ha sido una experiencia parecida a volver a ser alumna. Con más años y más experiencia, pero estudiante de nuevo. El maestro, sabio y acertado como siempre, pero con ochenta y un años. Las conferencias organizadas por los Amigos del Museo llevaban por título “El Divino Rafael en el Prado”, y se centraban en los cuadros que se atesoran en Madrid pertenecientes a la última época del artista.
El profesor empezó sus disertaciones con referencias a la Virgen de la Rosa, la Madona Aldobrandini, la Sagrada Familia de la perla y la Sagrada Familia del roble. Son todas pinturas sobre tabla pasadas a lienzo en Francia, en los años en que fueron confiscadas por las tropas napoleónicas. En el taller de París se consideraba entonces que la conservación sería mas adecuada si las obras se pasaban a tela. No había más discusión, quizá tampoco más medios para su estudio y, graciosamente, así se hizo. A pesar del tratamiento vivo del color, de gran calidad, de la disposición cerrada en pirámide, típica de la iconografía de Rafael, y de la maestría conceptual de estas obras, se las ha subestimado porque en ellas hay mucha intervención del taller de Rafael, esto es, de Giulio Romano. La factura impecable de estos cuadros es indudable, pero la crítica historiográfica ha visto con cierto recelo que un pie, un brazo o algún elemento del paisaje haya sido pintado por otra mano diferente a la de Rafael. A Cruz Valdovinos, que tiene la cabeza en su sitio, no le importan demasiado estas apreciaciones académicas porque lo interesante es la concepción de las obras y esto sí es enteramente del de Urbino. Todas las obras del Museo del Prado son obras de devoción o cuadros de altar que pasaron desde Italia, casi siempre a través de un virrey, al alcázar, a las colecciones reales de Felipe IV, y desde allí al museo actual, con más o menos peripecias, copias, cortes y desperfectos.
El cuadro conocido como El pasmo de Sicilia, es en realidad una Caída Camino del Calvario, pero se llama de aquella manera porque fue un encargo hecho en 1515 o 1516 por Giacomo Basilico, doctor en leyes, para el altar mayor de una iglesia de Palermo, Santa Maria dello Spasimo (Nuestra Señora de las Angustias). Sin duda el comitente era muy devoto de la Virgen de los Dolores y poseía una fortuna considerable puesto que hizo el encargo al artista más famoso del momento en Roma. Rafael estaba en esos años dedicado a la decoración de las Estancias vaticanas, pensando cómo resolver la escena del Incendio del Borgo para el papa León X. Las vicisitudes padecidas por el cuadro no fueron pocas. Vasari cuenta que, como fue pintado en Roma, hubo que llevarlo a Palermo y que durante el viaje el barco naufragó en medio de una tormenta. La tabla de madera acabó flotando en el agua y así arribó a las costas de Génova, donde lo rescataron. Ni que decir tiene que era una pieza muy apreciada por el famoso artista que lo firmaba y por la milagrosa salvación del naufragio, y que estas circunstancias hicieron que los adjudicatarios genoveses no querían desprenderse de él. La intervención de León X fue decisiva, y se sabe que el cuadro llegó a Palermo antes de 1519. El Conde de Ayala, virrey de Sicilia, inició las negociaciones para traerlo a España y finalmente, en el puerto de Cartagena lo recibió Francisco Ricci para incorporarlo a la colección real. Llegó al alcázar el 16 de noviembre de 1561 y se colocó en la capilla para decorar la ceremonia del bautizo del príncipe Carlos.
La anécdota curiosa es que el antecedente de este cuadro es una xilografía de Durero con el tema de la Gran Pasión; Rafael conoció de manera directa, por carta, el dibujo del alemán y éste llegó al extremo de acusarlo, airadamente, de plagio.
La Transfiguración es otro de los grandes cuadros de Rafael en el Prado. La versión del Vaticano fue un encargo de Giulio de Médici para la catedral de Narbona, pero nunca llegó a Francia porque cuando lo nombraron papa y se convirtió en Clemente VII se olvidó de la obra y ésta quedó depositada en la iglesia de San Pietro in Montorio de Roma. Los dibujos preparatorios están el la Albertina y el Louvre. El tema es la resurrección de Cristo según narra San Mateo en el capítulo 17 del evangelio: Cristo se retira al monte y en el momento más importante, Pedro, Santiago y Juan caen a sus pies mientras que a los lados de Cristo aparecen Moisés y Elías.
La copia del Prado se encargó en 1523 a Giulio Romano y Francisco Penni, no se sabe si con intención de mandarla a Narbona. Sí sabemos con seguridad que Penni la llevó a Nápoles y allí alguien desconocido la donó al hospital del Santo Espíritu, el hospital de los Incurables. Se relaciona así el tema de la curación del cuadro con el hospital. La pintura fue adquirida en el siglo XVII por el virrey y en 1684 la donó al convento de carmelitas descalzas de Santa Teresa, en Madrid. La desamortización de Mendizábal la movió de sitio, una vez más; después pasó por la Academia de Bellas Artes de San Fernando y finalmente acabó en el Museo del Prado.
La Transfiguración de cristo es una fiesta señalada en el calendario cristiano, el 6 de agosto, que instituyó Calisto III para conmemorar la victoria sobre los musulmanes otomanos en la batalla de Belgrado, en 1457. Cada año, con esta efeméride se nos recuerda que Cristo se transfiguró para aparecer como Divino Salvador de los hombres y de la cristiandad. El divino Rafael sigue el evangelio de San Marcos, y en la composición del cuadro ha colocado dos episodios claramente diferenciados. En la parte superior, la zona celestial, la elevación de Cristo parece estar impregnada de tranquilidad y paz, mientras que en la parte inferior los seres humanos se agitan en sus cuitas terrenales (un padre presenta a un niño enfermo, endemoniado, al que Jesús cura porque sus discípulos no lo logran). Lo divino y lo humano, la ascensión y lo terrestre, la luz y la oscuridad, lo eterno y lo transitorio.
Es imprescindible darse una vuelta por el Prado para observar los detalles.
Agradezco desde aquí al profesor Valdovinos sus explicaciones magistrales y su excelente dedicación pedagógica.