PELEGRÍN CLAVÉ, El buen samaritano.

-Fecha: 1839.

-Técnica: óleo sobre tela.

-Medidas: 187 x 241 cm.

-Localización: Real Academia de Bellas Artes de Sant Jordi. Número de inventario 217.

-Últimas restauraciones: 2000, se hace la reparación/desinfección en algunos puntos de bastidores y marco; ligero retoque en un pequeño punto de la pintura que se ha oscurecido (Exposición antológica de pintura, Real Academia Catalana de Bellas Artes de Sant Jordi)

-Bibliografía abreviada: Fontbona,1983, pp. 107-108; González López,1992, pp. 314-316; Moreno, 1966, págs. 26, 67, 96.

 

Pelegrín Clavé Roque (1811-1880) hizo su aprendizaje primario en la Escuela de Nobles Ares de la Lonja de Barcelona, en donde ingresó en 1822. En aquella institución en los primeros años del siglo XIX las enseñanzas estéticas todavía se sometían a los cánones clásicos. El conocimiento artístico se adquiría aprendiendo fórmulas académicas establecidas y siguiendo reglas repetidas y admitidas como universales. El neoclasicismo formaba parte del espíritu oficial que se respiraba en aquel tiempo con muy pocas excepciones. Solo en algunos foros de discusión marginales, en ciertos estudios privados, se estimulaba el acercamiento a una cultura artística ecléctica más amplia.

En la prensa de la época (El Europeo, El Propagador de la Libertad, entre otros) aparecieron artículos en los que se denunciaba la precaria situación del arte por encontrarse empobrecido y falto de ideas. El estado de opinión era que en la concepción del arte se necesitaba más pasión y más sentimiento. Desde esas páginas se divulgaba la nueva sensibilidad romántica europea según la cual la percepción del mundo y de la obra de arte dependerán de la personalidad y el estado de ánimo del artista creador; no se podía exigir que el arte perpetuase normas académicas. Por primera vez en nuestro país se impulsaba que los jóvenes artistas pusieran vehemencia en sus obras.

Con el propósito de estimular la curiosidad y la formación teórica de sus estudiantes, la Escuela de Nobles Artes de Barcelona, a sugerencia de un particular, pidió permiso al Ministerio de Fomento General para enviar a dos o tres pensionados a Roma. A pesar de que la situación económica era bastante precaria se organizó un concurso que ganó Pelegrín Clavé en la sección de pintura y Manuel Vilar (1812-1860) en la de escultura. Los dos amigos llegaron a Roma en 1834 y se pusieron inicialmente bajo la tutela del escultor Antonio Solá, el jefe de los pensionados. En la Ciudad Eterna encontraron un ambiente artístico dominado por cenáculos alemanes e italianos donde se proponían los nuevos preceptos estéticos del romanticismo. Artistas que habían roto públicamente con la Academia proclamaban impregnar al arte de reflexión personal y trascendencia. En los talleres privados de Friedrich Overbeck y Tommaso Minardi adquirió Clavé conocimientos básicos sobre dibujo, colorido, anatomía humana, claroscuro, composición y perspectiva, pero sobre todo aprendió a reflexionar sobre el contenido y el sentido del arte. También visitó la Academia de San Lucas donde realizó bocetos de cuadros y copias de los grandes maestros que le servirían para observar los aspectos diferentes de cada artista.

Para la escuela purista los modelos medievales primitivos y del primer renacimiento eran los preferidos por su simplicidad y por la importancia que otorgaban al sentimiento religioso. Según Minardi era imprescindible que las manifestaciones visuales se hicieran con sencillez para poder captarlas de manera directa. Clavé aprendió de Overbeck que el arte debía ser un ejercicio de devoción, expresión de una espiritualidad intensa. A través del romanticismo tradicional el pintor español asimiló la tendencia conceptual del arte que hacía gala de un fuerte peso filosófico. La emoción en el arte era equivalente a la de la religión. La contemplación estética era también moral.

En 1839 terminó El Buen Samaritano, su segunda obra de invención como pensionado. Un cuadro a modo de lección espiritual. Clavé siguió el relato del evangelista san Lucas (Lc 10, 25-37) según el cual un hombre que desciende desde Jerusalén a Jericó cae en manos de unos ladrones que lo dejan mal herido. Un levita que lo vio pasó de largo; es la figura que se ve al fondo, en un paisaje difuminado imitando el estilo leonardesco. Un religioso, al verlo, también pasó de largo; en la parte derecha del cuadro lo vemos caminando ensimismado leyendo un texto sagrado. Ninguno se detiene ante la desgracia del hombre caído en el suelo. En primer término Clavé pinta la escena principal en la que un samaritano se dedica a curar las heridas del moribundo con vino y aceite. El pintor incluyó la cabalgadura sobre la que se llevó al accidentado a un mesón para mejor cuidar de él. La enseñanza clara es que el ser humano más cercano al herido es el samaritano que sintió misericordia por él. Solidaridad y caridad en un cuadro concebido para mostrar los adelantamientos que Clave había hecho estudiando desnudo natural y pliegues de mantos en la escuela nocturna a la que asistía, así como los efectos de luz y sombra. Una composición estudiada para dar un significado profundo a la historia, no como un simple ejercicio de academia.

 

Texto del catálogo de Las Edades del Hombre, Villafranca del Bierzo, 2024.

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