MARK ROTKO, EL ÚLTIMO ROMÁNTICO.
Hace algún tiempo visitaba con frecuencia el MOMA, en Nueva York. Entraba en el edificio con la reverencia debida ante las obras de arte que iba a encontrar allí. Una vez dentro, aislada del bullicio implacable de Manhattan, contemplar la obra de Mark Rothko era una honda impresión. Me sentía vivamente atraída por sus cuadros solemnes, casi bíblicos. Era una atracción ineludible, de manera que en septiembre de 2008 viajé a Londres para visitar la exposición retrospectiva que organizó la Tate Gallery.
Marcus Rotkovitch nació en 1903 en un pequeño pueblo de la actual República de Letonia y pertenecía a una familia judía que se vio obligada a emigrar a Estados Unidos para evitar las persecuciones y la violencia. Nunca llegó a adaptarse del todo a la nueva sociedad. Lo cuenta su biógrafa, Anni Cohen-Solal, en Mark Rothko. Buscando la luz de la capilla (2016). Hasta los diez años aprendió en la escuela talmúdica que el saber infinito del Libro era el puente hacia Dios y que los libros eran la fuente única de conocimiento. Esta impronta intelectual le acompañará toda su vida y quedará reflejada no solo en su pintura sino también en sus escritos sobre arte, que son la fuente para entender su estética y su personalidad. A pesar de ser un estudiante brillante, su paso por la Universidad de Yale fue efímero y resultó un fracaso; nunca fue admitido por la clase alta protestante, siempre parecía ser un migrante fuera de lugar. De este momento provienen los primeros artículos criticando el sistema académico y un regusto de amargura contra la sociedad en la que tenía forzosamente que desenvolverse. En Nueva York decidió dedicarse a la pintura. En el Lower East Side tropezó con los amigos Adolph Gottlieb y Barnett Newman con quienes llegó a formar un grupo de artistas independientes, The Ten, que debatía ideas artísticas además de hacer exposiciones colectivas. También ellos eran inmigrantes del este de Europa, refugiados políticos comprometidos con la enseñanza y la escritura, y empeñados en hacer experimentaciones radicales en pintura. Para Rothko el arte sería siempre una actividad social con contenido político, se convirtió en una especie de agitador de sentimientos, y la expresión abstracta tenía un sentido cultural puesto que la religión judía carece de figuraciones.
En el inicio de los años 40, Mark Rothko entró en crisis por varias razones: el grupo The Ten se desintegró, Rothko no tenía ningún reconocimiento público como artista, su primer matrimonio fracasó y el ambiente desesperanzador a raíz de la Segunda Guerra Mundial provocaba la indiferencia de los ciudadanos con respecto al arte. Su disciplina de estudioso le llevó a dejar de pintar durante un año para dedicarse por completo a escribir un libro sobre su idea del arte que sería publicado sesenta años más tarde. Después de este período de reflexión acerca de la tradición artística occidental y el papel de la belleza y de los artistas, a partir de 1943 abandona sus obras con referencias mitológicas, figurativas y surrealistas y se dedica de lleno a la abstracción desarrollando sus propias ideas, ya sin retorno. El final de la Segunda Guerra redefinió las fronteras culturales, Estados Unidos se llenó de artistas europeos refugiados y se dieron oportunidades únicas para el establecimiento de fortunas dedicadas al mercado del arte. La conjunción de marchantes, galeristas, museos, críticos, artistas y público tuvo como consecuencia una nueva edad de oro para el mundo artístico, especialmente en Nueva York.
Una parte de la crítica consideraba todavía el arte abstracto un enigma incomprensible, pero los individuos que, como Rothko, pintaban sin hacer referencia alguna a tema o figura pensaban que era el mejor modo para reflexionar sobre el mundo que tenían alrededor. La abstracción, en todas sus posibilidades técnicas, relataba la emoción profunda y permitía expresar el sentimiento con contenido intelectual. Si el pensamiento es abstracto, era inevitable que la forma de los pintores fuese abstracta. Rothko y Gottlieb firmaron un manifiesto artístico en una carta enviada al New York Times en 1943, en la que aclaraban que su pintura era expresión simple de conceptos complejos, que el arte es un mundo desconocido y libre sin importar la hostilidad de la crítica, que los formatos de sus obras debían ser grandes, por necesidad, y que pretendían representar impulsos primitivos, miedos humanos y símbolo eternos. Se enfrentaban a lo esencial.
En la revisión de la vanguardia y del arte producido en estados Unidos hasta ese momento, se unieron a Rothko y Gottlieb artistas como Pollock, Motherwell, Still o Rosenberg. Formaban un grupo de intelectuales que eran capaces de teorizar, debatir, pintar, exponer y vender. De un lado a otro del país, se daban a conocer sus creaciones abstractas, y las instituciones oficiales empezaban a comprar las primeras adquisiciones para sus colecciones. Las ideas revolucionarias sobre arte se habían desplazado desde Europa, París, a Estados Unidos, Nueva York, debido al enriquecimiento por la producción industrial y la animación bursátil, y por el desplazamiento geopolítico del viejo continente al nuevo mundo. El expresionismo abstracto todavía encontraría muchas reticencias por parte de algunos especialistas, pero filósofos como Ortega y Gasset (Partisan Review, 1949) lo explicaban con facilidad: en primer lugar se habían pintado cosas, la realidad externa; después se expresaron sensaciones, lo subjetivo, lo onírico; en la última fase se pintaban ideas, lo intrasubjetivo. En los años 50 el arte de vanguardia que se hacía en USA, era novedoso, y estaba alejado del nacionalismo primitivo que querían imponer algunos coleccionistas. Lo abstracto se hizo popular. El “tema” de la pintura no hacía ninguna referencia a objetos o acontecimientos reconocibles. Se pintaban ideas, emociones subjetivas, los artistas evidenciaban su individualidad más que nunca lo habían hecho antes.
Llegado a este punto de experiencia, Mark Rothko rechaza cualquier vínculo con la tradición de la pintura europea. Adopta una postura radical en su arte, niega cualquier sumisión a la perspectiva que genera la idea de profundidad, y experimenta con colores a modo de catarsis. Rothko clama contra la pintura decorativa, contra lo banal, lo superfluo y lo irrelevante del mundo del arte, que a menudo adopta solo una postura comercial. Pinta lienzos de dimensiones enormes para hacer una pintura más humana, paradójicamente. Pretende que el espectador se deje envolver por la materia pictórica y se meta en ella. Su idea es que la pintura debe impactar sobre la pared al estar colgada, en el espacio de atrás, para, inmediatamente después, dejar huella en la otra vertical que es el espectador, la parte delantera del lienzo. La pintura requiere concentración de observación, no una simple inspección superficial; estas obras exigen una mirada atenta y reflexiva, como él mismo hacía sobre la vida y el mundo. Rothko era muy obsesivo con la disposición de sus obras en las exposiciones, no podían estar colocadas en cualquier sitio ni de cualquier modo. Los cuadros debían estar ubicados a baja altura, cerca del suelo; la línea de horizonte baja corresponde con nuestra visión humana no como un paisaje sino cerca de los ojos del observador, sobre quien debían tener influencia. La conmoción, el impacto del sentimiento o del drama debían herir al espectador. La pintura se une a nosotros en un nivel espiritual, a veces nos desequilibra y otras veces nos apasiona. La realidad nunca es objetiva, no puede serlo; él pintaba su experiencia sin importarle lo exterior, sin saber si los demás iban a ver las mismas ideas en los cuadros. Su sueño era salir, deslizarse por la ventana de lo infinito. Las pinturas son puertas abiertas a lo intangible, a lo inasible que solo existe en su mente, con tanta pasión fundió su obra con la inmensidad de su alma. Los lienzos sin bordes definidos producen en el ojo la sensación de no tener solución, de ser ilimitados; las bandas claras dispuestas alrededor, en los márgenes del lienzo, permiten dar un respiro y poner toda la atención sobre la superficie pintada con sus matices cromáticos y sus zonas mates o brillantes. Su obra está llena de trascendencia, de ansiedad excesiva por lo espiritual y el sentido religioso. Los rojos son colores del abismo infinito; los colores oscuros hablan de la muerte y el más allá. A pesar de estos heroicos esfuerzos, la sensibilidad de Rothko no pudo resistir la infelicidad de la depresión, la soledad, la enfermedad, los inicios del pop art ligado a la publicidad y la televisión… Puso fin a su existencia en 1970, en su estudio, en solitario.