LENGUAJES. LÉXICOS. DICCIONARIOS.
Todo movimiento social necesita un lenguaje propio. Toda disciplina se desarrolla por medio de un lenguaje propio. El conocimiento requiere del lenguaje para expresarse. El ser humano lo es gracias al lenguaje hablado. Más aún, el lenguaje se torna seña de identidad, como una distinción particular a la hora de reconocer a un grupo humano, una etnia o un pueblo. Son muchos y muy ricos los matices culturales y sociológicos que se deben aprender para captar las expresiones idiomáticas de una lengua extranjera y para apreciar su cosmología. Existen varias disciplinas que, en sesudos estudios, se ocupan del léxico como son lexicografía, semántica, semiótica, pragmática y filosofía del lenguaje. En este alambicado panorama de diversidades culturales-espirituales-sociológicas aparecen los diccionarios para registrar, aclarar, explicar. Esta breve entrada no puede abarcar todos ellos; solo la RAE tiene 23 ediciones de su famoso diccionario. Hay diccionarios ilustrados (de la muerte, del tarot, del amor, de arquitectura, de artes marciales…), enciclopedias que encierran el saber universal y compendios de jerga en casi todos los idiomas. Me limitaré a hacer algunas modestas referencias que me han llamado la atención por su vocación didáctica.
Olivier Beigbeder, es experto en simbología, y en Léxico de los símbolos hace una radiografía del arte medieval producido en edificios religiosos del norte de España y del sur de Francia. Durante el recorrido románico propuesto en esas páginas se explica de manera clara el lenguaje continuado de signos y representaciones en pórticos, frisos, capiteles y demás elementos arquitectónicos. El lenguaje pre gótico es difícil de interpretar. Desciende de fuentes antiguas como Grecia y se relaciona con pictogramas, petroglifos y escrituras antiguas con imágenes provenientes de la proto historia. La escultura se colocaba sabiamente en muchas partes de iglesias y santuarios a modo de libro abierto a todo aquel testigo que no supiera leer. Era un lenguaje visual para personas iletradas ya que el canon del Concilio de Roma de 1050, convocado por el papa León IX, aseguraba que la Iglesia tenía como misión instruir y moralizar. Para representar el pecado de la lujuria se utilizaron imágenes híbridas, motivos heredados de la Antigüedad como sirenas y centauros; los tritones, silenos y genios alados procedentes de Persia, Fenicia y Asiria se asociaban a la fecundidad no como podría pensarse en un ámbito agrario de renovación de la tierra, sino como alteración de la naturaleza, esto es, como libertinaje.
Las máscaras llevaban asociadas la idea del pensamiento distinto, seguramente más rico. En algunos capiteles se halla la imagen de una acróbata imberbe con dos orejas puntiagudas y acompañadas de una nariz aguda, triangular, en un rostro enmarcado con las ondulaciones de la cabellera que se refieren al número de relaciones con el mundo, que es a la vez lunar y terrestre. Representa la juventud indecisa. Llama la atención que los símbolos que apoyan los atributos de los sexos estuvieran mezclados en muchas ocasiones; los andróginos, los bestiarios y los monstruos son imágenes del mal. La iconografía muestra ejemplos de mujeres barbudas o criaturas con dos cuerpos y una sola cabeza como representaciones de espíritus que son dos en uno y, de algún modo, parecen inmortales. Las representaciones femeninas con serpientes se asociaban a la lujuria, pero también se dan imágenes del tema antiguo de la tierra nutricia, la Terra Mater, que se representa por medio de una mujer desnuda amamantando a los animales.
En la cosmología de la Edad Media el agua estaba suspendida entre el aire, el cielo y la tierra, en una mezcla sin determinar, y por esa razón el éter era la sustancia que agrupaba la química del mundo en la esfera celeste. Los elementos de la naturaleza representan al ser divino en formas múltiples y el diccionario de símbolos lo ilustra con abundancia de ejemplos. El tetramorfos de la tradición cristiana se representa con cuatro criaturas con cara humana y aspecto animal, cada uno de ellos asociado a los cuatro evangelistas de donde procede la legítima palabra divina. León, águila, toro y ángel eran reconocidos por su cola, sus ojos, sus cuernos y sus alas respectivamente sin que en época medieval cupiera la más mínima duda.
Los vocablos que tienen que ver con lo raro y lo innombrable aparecen en el Diccionario secreto de Camilo José Cela. Escrito con aire provocador, el libro de nuestro premio Nobel no solo es un glosario de términos sino también una recopilación de sus comentarios personales sobre palabras tabú. Consta de dos volúmenes en donde se recopilan términos del leguaje poco ortodoxo y hasta incluso tabernario; expresiones vulgares utilizadas en el español coloquial que recogen, de una manera explícita, la escatología y el ámbito sexual de cachondos magreos. No en vano, para completar su obra, Cela publicó años más tarde un Diccionario del erotismo, como para tratar de abarcar lo interminable de los vicios humanos.
El lenguaje de la calle, característico de los buscavidas de barrio, recoge expresiones del argot cheli que tan extraño resulta para los no habituados. El cantante de rock Ramoncín registró muchas de las entradas arrabaleras en El tocho cheli. Diccionario de jergas, germanías y jerigonzas para arrojar luz sobre el habla popular. Recomiendo su consulta solo en casos de extrema necesidad, ya que no resiste la comparación con el Inventario general de insultos, de Pancracio Celdrán.
En el primero de estos dos repertorios, ahorto/a se define como “tonto, gil, tolai. // Feo, disforme, mal encarado. El segundo define aborto como “persona que llama la atención por su extrema fealdad. Producción rara, caprichosa o monstruosa de la naturaleza. Puede connotar merma intelectual que afecta a la inteligencia, en cuyo caso equivale a mentecato….” Celdrán continúa la entrada con referencias etimológicas y usos ofensivos dados a lo largo de los siglos. Parecen definiciones parecidas, pero existe bastante distancia entre ellas. Lo mismo ocurre en la voz marica. Para Ramoncín significa “blanco, cobarde, pusilánime. Sin carácter ni personalidad. // Veleta, voluble, inconstante. En definición de Celdrán, marica “es término habitual en los siglos XVI y XVII. Cervantes lo utiliza para referirse al hombre afeminado. Deriva del diminutivo de María….”, y continúa con prolijas explicaciones literarias con referencias a Francisco de la Torre y al mismo Cela. Como último ejemplo de entre los cientos de vocablos, destaco ñajo, definido como “mañaco, crío. // Pequeño, enano” por una parte. La otra explicación es “sujeto muy pequeño, a pesar de lo cual se muestra pendenciero y matón. Es término despectivo, de significado afín al de…”
Podría seguir argumentando con otras muchas citas, pero acaso no sean necesarias. Tomo la conclusión de lo que M.J. Llorens ya definió en su Diccionario Gitano: hay ñordas que nos hacen pasar por originales los sujetos que alardean de erudición. Es voz con futuro, toda vez que se encuentra este tipo de espécimen social en alza.