William Blake, “El Anciano de los días”, acuarela, 1794.
LAS PUERTAS DE LA PERCEPCIÓN.
Los cambios estéticos de la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX se produjeron por una revisión del neoplatonismo acerca de la armonía interna del hombre, así como su vínculo con la esfera de las ideas y con la idea de Dios. El artista británico William Blake (1757-1827), poeta y pintor visionario, un marginado del mundo del arte que vivió a contracorriente de su época, hizo una interpretación personal de la estética añadiendo la subjetividad absoluta y la introspección hacia el mundo interior. Su soledad le llevó a adoptar una vida heroica instalada dentro de su locura como más tarde hará Vicent van Gogh. Los escritos del teólogo y místico Emanuel Swedenborg alteraron su percepción mental, y desde su infancia creyó ver a Dios en los cristales de la ventana y a los ángeles brillando por encima de los árboles. Esas visiones lo acompañarán toda su vida y le empujarán a buscar la luz como contrario a la oscuridad, y el cielo opuesto al infierno, en un mundo amenazado por los ángeles de la muerte que descienden desde las nubes. Para dar rienda suelta a estas imágenes empezó a escribir esbozos poéticos a muy temprana edad. El poeta describe su juventud en Canciones de una isla en la Luna, 1789, en donde se atisban algunos de sus sufrimientos:
Dejadme, oh dejadme con mis pesares,
aquí permaneceré hasta desaparecer
hasta no ser más que un espíritu
y haber dejado esta forma de arcilla.
En 1782 conoció la amistad de Flaxman en la Royal Academy, institución de la que renegaron por sus preceptos academicistas. Pensaban que el artista, el genio libre, tiene licencia para realizar su arte sin someterse a ninguna regla. Blake era un artista obsesionado por la libertad del creador individual y por la lectura del Antiguo Testamento, que rehuía de la gente y se refugiaba en sus visiones interiores provocadas por lo irracional del sentimiento religioso. Se refugió en su íntima visión del Edén y buscó sin desfallecer la sabiduría por medio de la interpretación de la Biblia. Creía que su obligación estaba en el destino, una imposición divina por encima de su voluntad de convertirse en artista. El sentimiento incontrolable de ser el elegido, el único capaz de captar la dirección de las fuerzas del universo oscuras e intangibles, le llevaba a proclamar su agotamiento: “No puedo dormir ni descansar. Me acechan la locura y el desaliento” (El libro de Thel, 1789). Tenía la firme convicción de que Newton, Francis Bacon y John Locke, los empiristas británicos entregados al pensamiento científico y deductivo, eran la trinidad infernal y a ellos se refiere en algunos de sus poemas; Blake rechazaba las leyes matemáticas universales y las evidencias experimentales del pensamiento ilustrado porque estaba imbuido de un pensamiento en el que su libertad venía del conocimiento del mundo teológico. A esta tarea se entregó sin otra decisión que la determinada por el fatum, irremediablemente, de una manera dolorosa, feliz y temible a la vez. Sus coetáneos eran el artista Füssli, que participaba de las imágenes demoníacas, y la escritora y pionera feminista Mary Wollstonecraft con quien compartía las ideas sobre la igualdad de sexos, la justicia social y la autorrealización. Blake y ella coincidían en sus críticas contra la iglesia anglicana y sus estrictas normas sociales, en especial en lo que se refería a los matrimonios sin amor. Los Cantos de Inocencia y de Experiencia son dos libros, fechados entre 1789 y 1794, en los que describe a Londres como la ciudad de la pobreza, la sangre y la penuria. En estas obras, Blake elaboró una mitología personal donde los aspectos de horror ante lo demoníaco y la sexualidad explícita van acompañados de crítica social en la época de la primera industrialización donde no era infrecuente la pobreza, la explotación infantil y las condiciones del trabajo miserables. Por medio de sus poemas expresa la corrupción humana, el abandono de niños, el desamparo y la indigencia, pero también la luz entre las tinieblas.
En su opinión, el artista es el mensajero de Dios y su intuición poética es la que le permite interpretar los inquietantes arcanos de la Biblia. El artista sería el vínculo entre la espiritualidad y lo terrenal, una especie de ángel destinado a la creación artística o un interlocutor de las fuerzas supra humanas. En sus poemas formula preguntas, indaga en lo desconocido y busca las posibles respuestas. De su cabeza emanaban visiones vinculadas al relato bíblico y en algún momento él se veía como la reencarnación de Job, a quien Dios hablaba en sueños por ser un hombre honrado que sufría desprecio y que fue castigado por sus pecados enfrentándose al mismo Padre; en sus sueños, Blake también ascendía al territorio celestial por medio de una escalera rodeada de seres espirituales angelicales. Solamente el poeta es capaz de descorrer el velo de la ignorancia y trasladar a los humanos el misterio oculto del Libro sagrado. Blake no podía explicar lo que veía más que a través de las imágenes artísticas inspiradas en la potente fuerza expresiva de Miguel Ángel, a quien admiraba, y las veladuras del color. Usaba la técnica del temple en lugar del óleo para poder definir con claridad las líneas y utilizar colores puros e intensos. Su procedimiento consistía, en primer lugar, en dibujar los perfiles, luego aplicaba una tinta a los contornos para fijarlos y, por último, daba el color que sellaba con goma o con cola. También fue un gran grabador, y terminaba sus trabajos coloreándolos a mano. En esta tarea le ayudaba su mujer Catherine, analfabeta a la que enseñó a escribir y leer y a quien condujo por la vereda de la espiritualidad después de leerle sus poemas fantásticos.
Del clasicismo de Miguel Ángel aprendió la grandeza, la claridad del dibujo, el ritmo modelado, la inclinación al simbolismo y el equilibrio, así como cierta melancolía y la luz matizada de algunas composiciones. La solemnidad que acompaña la tragedia de lo sublime se puede observar en “El anciano de los días” (1794). Hay en este grabado un buen número de símbolos que llegarán a ser universales, alimentados por la filosofía neoplatónica que diferenciaba claramente lo terrenal de lo divino como una esfera superior. El anciano barbado es símbolo de la sabiduría universal, es la personificación de la deidad que hace la luz entre las tinieblas. El desnudo presenta un buen estudio anatómico realizado por alguien que pasó mucho tiempo dibujando academias en su juventud. El compás gigante que sujeta el anciano para marcar el mundo forma un triángulo que contrasta con el círculo rodeado de nubes; la geometría aporta belleza intemporal; la simetría está marcada por el brazo que sujeta el compás, que diseña el universo. Ante nuestros ojos aparece la imagen de Dios arquitecto del mundo que está en la línea de la masonería y la cábala. Fue una obra muy representada porque el artista consideraba que era una de sus mejores creaciones. Apareció en la primera página del libro ilustrado titulado Europa, una profecía (1794). El color es determinante como envoltura, como un factor añadido que libera de la servidumbre de ilustrar la realidad; el color armoniza con la imaginación del artista, como parte irracional de la estética del Romanticismo. Blake negaba lo intelectual puro, le interesa más lo onírico, las visiones de los sueños, que será práctica habitual en el arte europeo desde los años setenta del siglo XIX. Existen trece ejemplares del libro cada uno de ellos con un acabado diferente ya que Blake inventó un sistema de grabado donde combinaba el aguafuerte y la acuarela aplicada a cada obra; se hacían manualmente y algunas de ellas se encuentran en Library of Congress, en Glasgow University Library, en British Museum o Fitzwilliam Museum.
Para William Blake el libro de la Biblia era una guía con textos históricos inspirados en Dios, no dictados por Él. Su importancia radica en que marca el origen de los tiempos y en ella se encontraba el modo directo de acceder al conocimiento. En ocasiones se accedía a través del sueño y de técnicas ancestrales de reavivación de la consciencia. Escribir y pintar le salvaron la vida, le arrastraron lejos de la insania del fondo de su alma. En El matrimonio del cielo y el infierno (1790), Blake continuó escribiendo desde su misticismo lírico, combinando prosa y poesía, en composiciones artísticas impulsadas desde la tierra al cielo. Él quiso que sus poemas permanecieran eternos. Los “Proverbios del infierno” forman parte de este libro y son una recopilación de aforismos en los que se recoge la imagen del infierno como fuerza que se rebela contra Dios y se describe el pensamiento del artista:
Aquel cuyo rostro no irradie luz, jamás será una estrella. (…)
Las horas de la locura las mide el reloj, pero ningún reloj puede medir las horas de la sabiduría. (…)
Las prisiones son edificadas con piedras de la Ley, los burdeles con ladrillos de la Religión. (…)
Lo que hoy está demostrado, una vez fue imaginado. (…)
El progreso construye caminos rectos, pero los tortuosos son los caminos del genio.
En su imaginación, Blake habla con los profetas Isaías y Ezequiel y éste le explica cómo es el genio poético, que resume sencillamente como el primer principio. La mitología particular del poeta se conforma de seres fantásticos como hadas, dragones, monos, leones llameantes, hombres con forma de libro y, sobre todo, ángeles que conducen al hombre fuera de la caverna y le abren las puertas de la percepción:
Si las puertas de la percepción fuesen depuradas, todas las cosas se manifestarían al hombre como en realidad son: infinitas.
En su búsqueda por el infinito, William Blake influyó en el arte antiacadémico de la Hermandad Prerrafaelita, constituida en 1848. Fue también el antecedente del simbolismo literario y del movimiento surrealista, por la importancia que otorgó a lo onírico en la expresión de pasiones y sentimientos. Las puertas de la percepción abiertas a lo irracional, lo desconocido y lo infinito fueron las mismas puertas del inconsciente que el grupo “The Doors” quiso traspasar con sus letras y su música. En 1965 Jim Morrison transitaba por los senderos del infierno, y ya vivía en su propia nube.