LA NAVIDAD Y EL ABSURDO.

 

El período de Adviento y la Navidad tenían un significado de importancia cuando eran períodos marcados en el calendario religioso. Entraba en juego la espiritualidad, antaño. Era la celebración del nacimiento del Niño Dios, salvador de la humanidad y redentor de nuestros pecados; un honrado sentimiento religioso impregnado de irracionalidad. En la actualidad es una de las mayores fiestas comerciales, festejada en todo el mundo, incluso en países sin ninguna tradición cristiana, como todos sabemos; significa la exageración del absurdo. Para los niños implica un ritual esperado con emoción porque entra en juego su fantasía inocente, pero para los adultos en muchas ocasiones la Navidad es una sobrecarga emocional, económica y física. Sobre todo, es un exceso gastronómico. Parece que si no se hace la celebración con comida y bebida en abundancia, las fiestas no alcanzan el culmen. En redes sociales, de vez en cuando alguien hace un llamamiento a luchar contra la insensatez navideña y propone normalizar las cenas con viandas más sencillas, más económicas y más fáciles de preparar. Con poco éxito, hay que admitirlo.

Miquel Barceló comparó la pintura con la cocina y consideraba que ambas artes son actividades cultas y creativas, de modo que ha habido un buen número de expertos investigando cómo resolver la materia gastronómica para elaborar un plato destinado a la carta más espectacular. Hay quien opina que, desde los años noventa, Ferrán Adriá y su escuela de cocineros han hecho mucho daño a la gastronomía. Sus refinados experimentos de laboratorio trastornaron la cocina y modificaron la liturgia de la tradición. La prensa internacional convirtió a España, sobre todo a Cataluña, en referente gastronómico mundial, y la revista Time en 2004 reconoció a Adriá como uno de los personajes más innovadores del mundo, un genio a la hora de deleitarse con la comida. Años más tarde, en 2011, se creó en Donostia – San Sebastián la escuela de cocina vasca, el Basque Culinay Center, convertida en una institución académica pionera a nivel mundial de donde salen los más reputados chefs. Desde entonces, sofisticación y esnobismo a menudo se confunden. Hoy en día cualquier cocinero ordinario pretende hacer elaboraciones que imitan la nouvelle cuisine, que nada tienen que ver con la esencia de la comida, y se elaboran disparates para aparentar ser de vanguardia. Se antepone la modernidad y la técnica por encima de la práctica tradicional. La gastronomía es cultura. Me pregunto qué hubiera sido de la cocina europea sin la llegada de Colón a América y qué cocinaríamos si no tuviéramos básicos como patata, tomate, pimiento o chocolate.

Si tuviera que elegir un plato de nuestro recetario, sería la tortilla de patatas, sin ninguna duda. Está tan arraigada en las costumbres españolas y es tan sencilla de elaborar que hasta los grandes chefs han reconocido su grandeza. Pero no me refiero a inventos como tortilla al vapor, cilindro de tortilla, nube de tortilla de patatas o barquillo de patata con yema cruda, que ya no son elaboraciones de tortilla de patata propiamente dicha, son otra cosa. Tampoco lo son los blinis de patata y huevo, la tortilla deconstruida, ni la tortilla de patatas con vainilla, ni con patatas chip. No caigamos otra vez en el absurdo. Solo hay que emplear huevos, patatas y aceite de oliva. Se puede introducir un poco de cebolla, pero nada más. La cocina de laboratorio, con su tecnicismo, ha entrado en la ostentación y la complicación exagerada. Yo creo que el fingimiento pomposo se queda sólo en un juego y no tiene ningún otro valor.

Uno de los cuadros que más me gusta de toda la historia, y que tiene que ver con la cocina, es la Vieja friendo huevos (1618), una asombrosa obra de juventud de Diego Velázquez (1599-1660). Su suegro y mentor, Francisco Pacheco, lo identificaba en el género del bodegón. Hay elementos pintados con maestría y estudiados de manera individual como un melón, las alcuzas de aceite, la cazuela de barro, un frasco de cristal, una jarra de loza, un almirez, una cebolla y un pimiento en primer término, que es la representación en óleo más antigua de esta hortaliza. El escenario que observamos es una cocina humilde, algo oscura, con unos protagonistas pobres que, en apariencia, están haciendo algo tan cotidiano e insignificante como freír un huevo, que se está haciendo delante de nosotros. El tema está tratado con tanta fuerza que el espectador queda impregnado con todos los sentidos. En lugar de recargar la escenografía con adornos excesivos, en este cuadro el pintor sevillano ha reducido los elementos al máximo de su simplicidad. Nada indica movimiento, tampoco hay representado poder, ni grandiosidad, ni adulación porque no era un cuadro destinado para la ampulosa corte de Felipe IV. Velázquez no necesitaba nada de esto en la composición porque la escena de la vieja es contemplativa y emana quietud. Hizo un bodegón dignificado, a lo divino, donde hay relación directa entre los pucheros y Dios, según expresaban líricamente los poetas místicos como Santa Teresa. Al igual que ocurría con las naturalezas muertas de Zurbarán, quien también pintó en el siglo XVII magníficos bodegones sin figuras humanas (Bodegón con cacharros, hacia 1650), hay en este cuadro una realidad esencial, una corporeidad de modelos humanos y de objetos que adquiere sentido trascendental.

Velázquez hizo de un fingido bodegón un ideograma. Seguía la estela del idealismo del siglo anterior, según el cual la naturaleza es reflejo de la belleza perfecta de Dios. Para el pintor, la vieja cocinera en verdad disfrazaba y reafirmaba su belleza interior, virtuosa y ejemplarizante, y no su hermosura física. La anciana con la mirada perdida, quizá ciega, personifica condiciones morales de sabiduría y experiencia que hacen que el cuadro sea una parábola cristiana de la Caridad y la Verdad. Con el carácter frugal del huevo frito, Velázquez refuerza la carga trascendental y le quita superficialidad. Dios está en lo ínfimo, lo pobre, lo austero. La vieja, con su actitud y su aspecto físico, que contrasta con el joven que tiene a su lado, está más cerca de la muerte. Las alcuzas que cuelgan de la pared del fondo simbolizaban en la época barroca la vigilancia, la inteligencia. El conjunto resulta una fábula espiritual entre la juventud (el futuro) y la vejez (el pasado) que atrae al espectador y lo deja sin respiración.

En arte, lo que vemos no siempre es lo que creemos ver y el juego barroco mental en este cuadro es indudable. La extrañeza del mundo sería menor si hiciésemos el esfuerzo de mirarlo con sencillez, con la misma naturalidad de un simple huevo frito. Es un reto. ¡Feliz Navidad!

 

 

 

 

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4 respuestas

  1. Seguramente la Navidad nos podría sorprender con ser algo más que ir de la mano de, esa tradición religiosa más o menos irracional, de esa fiesta comercial más o menos ansiosa, o de esa pretensión de hacer a los niños protagonistas agasajándoles con motivos materiales que algunas veces no olvidaran y otras no recordaran, pero que de cualquier forma se les está invitando a recibir y corresponder cuando sea.
    Quiero pensar que la Navidad puede ser esa época en la que haces cosas que no haces durante el resto del año, es quizá la oportunidad de repasar, de enmendar, de recordar, de reflexionar, de hacer balance e incluso de cambiar algo. Quizá la Navidad, y el final y comienzo de un año vayan unidas porque se necesitan la una a la otra. En cualquier caso, quiero pensar que cientos de años de historia no avalan gratuitamente unas tradiciones. Así que acepto la Navidad… pero eso sí, admitiendo algo así como : ‘deja que la sienta distinta’… aunque sea con más huevos fritos y patatas, ¿por qué no?…
    P.D. Me he animado a escribir, en este blog, un poco con cierta timidez, al ser la primera vez, pero quizá también por la ‘época’. Desconozco la mecánica de las redes sociales, pues no soy asidua a ellas. En cualquier caso Feliz Navidad, Feliz y Próspero 2025, y gracias por la creatividad y apuntes de éste blog.

  2. Profunda reflexión!!!! Desde luego la Navidad hoy en día, muy desvirtuada, será por educación pero sigue siendo una época diferente, con más alegría y mucha nostalgia, eso si lo de comer y comprar sin medida es un sin sentido, y desde luego la experimentación absurda en la cocina, como la raspa de sardinas en tempura… será una genialidad, pero en mi opinión es esnobista y estrafalario y desde luego, el fin que es satisfacer el apetito… no creo que lo cumpla. Gracias Matildita, el punto de vista y la comparativa dan que pensar. FELIZ NAVIDAD Y PROSPERO 2025!!!!!

  3. Leyendo tu artículo no sé cómo de pronto he recordado una copla del grupo Jarcha. La evocación es un caballo desbocado y a mí me ha llevado a esos años de la universidad y a esa copla que me encantaba, y que nada tiene que ver con la Navidad pero sí con el cuadro.
    «Dios está en la cocina, hoy es mi santo,
    mi hermana Lola al horno le está adorando,
    mi hermana Lola,
    siempre está en la cocina con Dios a solas.»

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