ALTAR DE ORIGEN LATINO.

 

Hemos de seguir el testimonio de Tito Livio cuando relata en su obra Ab urbe condita que la fundación de Graccurris tuvo lugar al final de la campaña de Tiberio Sempronio Graco en Celtiberia, en el año 179 a.C. Sabios existieron antes que nosotros. Otras opiniones autorizadas dicen que en realidad fue una refundación hecha sobre un poblado celtíbero conocido como Ilurcis. Los habitantes de esta comarca habían demostrado ser una de las tribus más fieras y rebeldes, y su sometimiento influiría en el resto del territorio. La estrategia del cuestor de Hispania consistió en romanizar a los nativos, una vez vencidos y colonizados. La hostilidad de estos hombres ferales se fue rebajando gracias a una inteligente intervención de los ingenieros romanos. Se construyeron tres presas en diferentes puntos del río Alhama que convirtieron las zonas de secano en regadíos; las huertas así creadas trajeron excedentes de productos agrícolas y, como consecuencia, riqueza por intercambio. Además, la organización de las tierras por el sistema de centurias, es decir, espacios cuadrados de unos 20 actus (120 pies) de lado, formó los límites de una ciudad nueva al cruzarse perpendicularmente. Los ariscos bárbaros fueron asimilando poco a poco la cultura de Roma y se convirtieron en piezas muy importantes en la conquista de Numancia. Ellos estaban familiarizados con los caminos naturales, conocían los sistemas defensivos de murallas fortificadas de los enemigos y suponían que ante un cerco férreo solo podrían alimentarse de lagartos y escorpiones, regando el conjunto con caelia fabricada con trigo fermentado. Los habitantes de aquellas tribus se habían visto obligados a hacer lo mismo.

Fuentes para la historiografía detallan que Graccurris se convirtió en la ciudad estratégica cerca del río Alhama, el campamento vigía desde donde controlar los movimientos de tropas a lo largo de varios kilómetros. Graccurris estaba a una distancia perfecta del Cerro de la Muela para que las campañas militares no fuesen una trampa; se podía pensar en una retirada pronta en el caso de que no saliese como se esperaba, y para ello el trayecto por la gran vía romana del Ebro facilitaba la recolocación de los refuerzos. Graco tuvo en cuenta la idoneidad de este poblamiento para la penetración en Celtiberia y la conquista del territorio plagado de castros. Los antecedentes de las guerras sertorianas habían demostrado la importancia de los caminos y puentes a través de los ríos, y Graccurris era el acceso más corto hacia la meseta. Los contingentes romanos estaban acampados en esta zona y desde aquí marchaban sobre Numancia. Las crónicas dicen que fue atacada, sin éxito, durante más de treinta años. Como se sabe, el asedio definitivo lo hizo Publio Cornelio Escipión en 134 a.C.

Caminar hoy en día por la orilla del Alhama produce los mismos efectos que contemplar maravillas de la naturaleza. El paseo a la vera del río muestra diferentes tonos de verde. Se encuentran higueras salvajes, membrillos de frutos silvestres, cañaverales bravíos, violetas y vides sin dueño. Chopos incipientes que crecen sin que nadie los plante, sin pedir permiso. Todas las especies crecen de manera espontánea, en estado puro y humilde, regalo de los dioses, como si Graccurris no tuviera suficientes dones. El río Alhama es honesto y sociable como lo era en el siglo II a. C. La arqueología ha facilitado trazas majestuosas en restos romanos poco estudiados. Nos asomamos a su época a través de las monedas que acuñaron los habitantes en su ceca -ases y semiases del siglo I- y de algunos mosaicos que decoraban las primeras villas. No se excava más porque en el presente los presupuestos se destinan a otros fines que no coinciden con el legítimo deseo de conocer el pasado. Por eso la colina sobre la era de san Martín sepulta ese tiempo interminable hasta que se haga diáfano otra vez. De momento es un lugar solitario y tranquilo. Expectante. Latente. Adormecido. Queda a resguardo de las crecidas del río Ebro, como ya pensaran con toda certeza los ingenieros de Hispania. Los habitantes de hoy permanecen. Han parado la historia. Antigüedad y actualidad de la mano. La una merece a la otra.

La lápida de Ursicinus ofrece pistas elocuentes de cómo eran la vida y la muerte en la época. A través de la finura del mosaico y de su cromatismo se observa la mano de un antepasado que conocía bien su trabajo. Los mosaicos son crisoles de colores que han nacido en Graccurris de la mano de artesanos que alfombraron los suelos de sus villas. En la estela funeraria, conservada el Museo Arqueológico Nacional de Madrid, se ve cómo los artífices dieron sentido al primitivo cristianismo del siglo IV. El arte ponía orden en la ciudad, por humilde que fuese, y colocó un crismón con corona de laurel enmarcando el conjunto por una cenefa. El acomodado señor así enterrado dejaba una hija de ocho años y una esposa, Meleta, que dedicó el recuerdo a su marido para hacerlo inmortal. La villa se preocupaba ya por el tiempo de las cosechas y el descanso de la tierra, la misma que acogía en su necrópolis a los difuntos, la misma de donde se extraía el tono rojo siena. El terruño. Estos habitantes estaban muy aclimatados al paisaje y sus transformaciones. Adaptación casi perfecta.

La familia paseaba cerca del río. Ese torrente acostumbrado a fluir, a estar de paso constantemente, es el mismo que se ha hecho eterno entre revueltas y guijarros. Los hombres encuentran la paz a su lado, en la Ribera. Se han convertido en animales sosegados contagiados de su calma; se han hecho indestructibles. No sienten nostalgia ni anhelos. Se encuentran tan bien que serían capaces de vivir así para siempre. Satisfechos. Moderados. Felices sin exceso. El agua es la única que deja caer su sonido al repiquetear sobre las piedras. Lo demás es silencio apacible que se viene oyendo durante siglos. Hasta este remanso recoleto llega el rumor del antiguo discurso pronunciado por la divina Atenea de ojos glaucos cuando relataba que cerca del olivo estaba la cueva graciosa y neblinosa consagrada a las Ninfas, las llamadas Náyades. Odiseo alzó sus manos para rezar y saludar con palabras de gozo a las Ninfas a quienes prometía regalos si, benévola, la hija de Zeus le permitiera vivir. Desde entonces, hasta nuestros días, se escucha esa oración.

En la actualidad, del puente romano no queda sillar alguno, se emplearon en otras construcciones urgentes. Acaso sus piedras fueran útiles en la presa cercana, pétreo símbolo que abastece la rueda infinita de la vida. Pero el agua también besa y susurra, indaga y desarma. Vivir junto al río imprime una música jovial que arrastra por su fuerza. Lo conocieron en su lengua las ninfas que habitaban el entorno. Soñaban con un manantial apacible y allí dispusieron su altar. El oráculo dice que eran bellas y jóvenes, que se peinaban sus cabellos de oro y que danzaban en corro en torno a la fuente original, donde eran adoradas como divinidades del curso del agua. El imaginario popular las describe con dientes blancos y cuerpo esbelto mitad humano mitad pez. Hijas del dios-río en el que habitaban y esposas de dioses fluviales. Desde su palacio entreveían el regato más largo que va a dar a la mar y que no discurre en línea recta. La corriente sortea de modo permanente orillas sinuosas, rocas, remolinos, meandros y vegetación. Él es imprescindible fluido generador de vida y las náyades, las deidades de la fertilidad. Ellas sabían que serían inmortales mientras el río no se secara y que, junto al Alhama, no morirían nunca. Allí habitaban en su morada.

El ayuntamiento del Graccurris moderno ha dispuesto una escalerilla metálica para acceder al ninfeo. Visitamos la arqueología como nos asomamos a la ventana de lo desconocido, sin saber demasiado. Con buena intención, especialistas han tratado de descubrir la mayor parte del monumento, investigar sobre su estructura y declararlo bien de interés cultural. Gracias a ello sabemos que tenía un recinto de tamaño medio, enmarcado con un muro. En su interior habría un templo debajo del cual existía el lugar para las celebraciones y las ofrendas, que era la zona más oculta. La cueva de la fuente está en el subsuelo, protegida por un arco de medio punto, porque a las ninfas no se las podía ver; tampoco los humanos podían bañarse en sus aguas porque se arriesgaban a caer en la locura. No estaba permitido el acceso a la caverna sagrada del manantial donde oraban ondinas y nereidas, pero más de uno ha sentido la tentación de bajar a ese salón privado, oculto a ojos extraños. El pavimento era de chinarros y cantos pequeñitos que llevan rodando siglos y siglos, desde entonces. Apoyándonos en las recreaciones literarias, es tentador suponer que habría imágenes estatuarias para subrayar el ritual arcaico del manantial perpetuo, origen de salud así como de consejo. Cuentan las leyendas que las náyades antecesoras de las hadas medievales poseían poderes maravillosos y que curaban los males a través de pequeños sorbos de agua purificadora. Quizá también se celebraban banquetes en los aledaños, en compañía de dríades, porque en las actividades de origen romano toda celebración se une a delicias culinarias y convites. Lo hemos heredado en la vida humana presente.

El conjunto está localizado a la entrada del pueblo. A pocos metros del río, la civilización moderna se hace sentir en forma de autobuses que aparcan en la estación. El tráfico de pasajeros es otra forma de fluido. La movilidad es otra manera de venerar la vida. Cambia el objeto, pero los fines son procurar que los seres humanos circulen de un lugar a otro y vivan en comunidad. El “Ninfeo” comercial vuelve a aparecer unos pocos metros más allá, con pleno significado de caldos y productos agrícolas, símbolo de que la vida se ha hecho un camino desde el río hasta la tierra. Las ninfas estarían encantadas de hacer libaciones en sus copas sagradas con el vino del lugar. La voluptuosidad corre por la zona a la manera embriagadora de unir cánticos y oraciones. Nemea, Platea, Cálcide o Tronia levantarían sus cálices para festejar in vino veritas. Perviven los sabores del tiempo, capa sobre capa, un estrato sobre otro. Hasta maravillarnos.

 

Matilde González, Graccurris siglo XXI, Avant Editorial, 2025. Graccurris siglo XXI

 

 

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