LECTURA CRÍTICA.

 

En nuestros días se repite hasta la saciedad que se editan muchos libros, antiguos y nuevos; se insiste en que hay mucha literatura que colapsa el mercado y que proliferan los escritores productores de textos que no siempre son de calidad ni novedosos. No pocos autores de otras las épocas han dedicado sus esfuerzos y su tiempo a pensar sobre la propia literatura, es decir, a escribir sobre metaliteratura. Para muchos los libros parecen un mero sistema de entretenimiento, una banalidad mundana traducida en superventas; para otros, la literatura es un desafío a la lógica y sirve de acompañamiento en los momentos de soledad; para casi todos, escribir es un refugio contra su tiempo, bien por motivos de censura o circunstancias adversas, bien por razones de escapismo. Seguramente para todos los escritores la literatura es una necesidad íntima. Escriben historias basadas en sus vivencias, las cargan de subjetividad; sus deseos y su imaginación llegan más lejos que ellos mismos.

No obstante toda la teoría sobre creación literaria, la literatura debe llegar a los lectores. Se debe a ellos. Los lectores son su razón de existir. Es una obligación que los libros transporten a los lectores y que éstos lean de manera crítica. Solo la lectura consciente, individual, independiente y cultivada puede manejar la cantidad ingente de libros que existe. Los lectores son quienes recomponen el rompecabezas de la realidad. Lo hacen en soledad, después de haber asimilado el libro leído, si es que han entrado en él. Vengo a defender que los lectores críticos debemos ser valientes y dar nuestra opinión.

Salones y tertulias literarias han existido desde el Siglo de las Luces, cuando se puso el énfasis en la ilustración de la sociedad a través de los libros. Literatura en toda la variedad de sus géneros se comentaba junto a folletos filosóficos y discursos políticos. En el siglo XIX se añadieron a los comentarios las prédicas teológicas y las revolucionarias; las publicaciones periódicas dominaban el mundo editorial a pesar de que la tasa de analfabetismo era muy elevada. La industrialización y los avances en los medios de comunicación facilitaron la proliferación de libros por el mundo occidental. En el siglo XX las novedades seguían comentándose en círculos reducidos, aunque el número de estudiantes universitarios había crecido considerablemente. ¿Se formaron lectores críticos? Sí, sin duda. Pero parte de su espíritu se ha perdido en el siglo XXI con la revolución tecnológica y, como consecuencia, con el excesivo dominio de las pantallas y de las redes sociales en un abuso irracional.

Los sentimientos humanos son universales, pero la escritura ya no contacta masivamente con las personas. Acaso sea porque exige esfuerzo y concentración. El mundo infantil de fantasía, escondites, juegos verbales y de aprendizaje relacionado con los adultos comienza con las lecturas adaptadas a edades tempranas y su evolución, pero cuando los niños llegan a la pubertad, el poder de las imágenes visuales se hace tan abrumador que opaca a las imágenes literarias. No estoy diciendo que aquéllas no sean también manifestaciones artísticas, sino que el pensamiento que se forma por medio de palabras se empobrece significativamente, sin remedio. En los días de Edith Wharton (El vicio de la lectura) el hábito de la lectura se correspondía con virtudes como la frugalidad, la sobriedad o el ejercicio físico; la literatura era un intercambio entre el escritor y el lector. La lectura era un arte que se podía adquirir. En la actualidad, pocos libros dejan una huella tan valiosa; la lectura ha dejado de estar impregnada de cualidad moral. Se ha hecho tan ligera que se somete a la consideración de ventas en aeropuertos, estaciones de tren y grandes superficies comerciales.

Urge el espíritu crítico, más aguzado aún en la época de aislamiento tecnológico en que nos ha tocado vivir.

La lectura debe hacerse con juicio, con análisis y apreciaciones sopesadas. La lectura crítica tiene la ventaja de que se alimenta a sí misma, en espiral ascendente. Cuanto más leemos, más capaces somos de discernir sobre el estilo, los patrones de influencias, las ideas estéticas, los antecedentes de los autores. La lectura crítica alimenta la consciencia. No voy a entrar en matices intelectuales, pero sí afirmo que los lectores críticos experimentan competencias que les permiten ahondar en sí mismos en primer lugar, para analizar después los libros que leen. Las formas artísticas vistas con espíritu crítico amplían la visión de la cultura. Sin la facultad crítica, todo lo que sugiera la industria cultural (editorial, cinematográfica, de diseño, turismo, gastronomía, de galerías…) nos caerá encima, nos sepultará por medio de las redes sociales y no tendremos posibilidad de respuesta individual. A un lector crítico le basta una lectura transversal, un acercamiento superficial a un texto, para saber si un libro es mediocre o si merece la pena. Su opinión saldrá a flote y se impondrá. La lectura crítica determinará el valor del lenguaje, la profundidad del pensamiento, la expresión vivaz de las imágenes. La crítica se alimenta de actividad intelectual, viene de manera natural después de la información positiva, no antes. Para comentar un libro, el lector crítico debe tener conocimientos amplios y haber pasado por un abanico de lecturas que le permitan mantener perspectiva sobre lo que lee. Razonar sobre estética sin el hábito de contemplar obras de arte carece de interés. Para profundizar sobre lo que se lee se necesita hacerse preguntas, comparar y criticar la propia vida. Leer de otra manera nos convierte en lectores mecánicos, no críticos. Lectores mediocres consumen escritura mediocre.

Para un lector crítico no hace falta insistir en un libro que no captó su atención desde el principio ni volver a leer páginas atravesadas. No es necesario perseverar porque no estaba confundido. No hay error que valga. Si desde el primer momento la lectura no nos ha atrapado, no merece el tiempo ni el esfuerzo. Oscar Wilde (El crítico como artista) aseguraba que en literatura la egolatría es valiosa, que fascinan las cartas y documentos personales mientras que las proezas ajenas interesan poco, a pesar de que la Antigüedad consideraba a los héroes ejemplares. Esto es lo que me ha pasado con Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut. Por más insistencia desde los clubes de lectura y los cursos para escritores principiantes sobre la calidad de este libro, yo no la he encontrado, sencillamente. He llegado a reconocer una intimidad extraña del autor, un pensamiento aturdido que iba y venía por las páginas llenas de acción desbocada; he entendido el valor sentimental de alguien que evoca los terribles acontecimientos de la guerra y la huella que han dejado en su psique. Reconozco los recuerdos de la destrucción de Dresde, las terribles evocaciones de quien salió ileso de milagro y las elecciones de las imágenes de una mente perturbada por el estrés post traumático. Sin embargo, todo el sinsentido de la novela no solo no me ha atrapado, sino que me ha provocado rechazo. El estilo de un escritor procede de su individualidad, pero se certifica en las páginas que se leen. Yo he encontrado el estilo de esta novela muy discutible, con un empleo de lenguaje anodino, un humor negro incomprensible y unas referencias a lo fantástico descabelladas. No encuentro forzados los saltos en el tiempo narrado, sino que esa técnica supuestamente novedosa no ha impactado en mi imaginario. No he conectado intelectualmente con la novela, que me parece doblemente irreal: por un lado, es una creación del autor, y por otra parte está cargada de elementos inverosímiles dislocados.

Se ha dicho que es una obra antibelicista que fue muy apreciada durante la guerra de Vietnam en Estados Unidos, algo que está dentro de la lógica sociológica. En su defensa se expone el hecho de estar en las listas de libros recomendados por las revistas Time y Modern Library. En mi opinión, habría que replantearse la valoración de estas listas cuando Vonnegut está en ellas al lado de Joyce, Nabokov, Faulkner, Steinbeck, Dos Passos, Orwell y Conrad entre otros. Para acabar el argumento y no fatigar demasiado al buen lector, agregaré que el hecho de que sea un autor popular y que su lectura se recomiende a los estudiantes estadounidenses no añade nada relevante sobre su interés. También se leen en aquellas universidades las novelas de Isabel Allende y ello no es ninguna garantía de buena literatura. Antes al contrario.

En este trance nos encontramos sin saber cómo salir. Por desgracia, la enseñanza que se ofrece a nuestros alumnos se basa en memorizar y no en discernir. Son los mismos alumnos que no son capaces de distinguir, leer y entender la sección editorial de un periódico. El pensamiento crítico apenas se deja ver en nuestra sociedad demasiado correcta e inundada de imágenes. Se impone una reflexión profunda por parte de todos. Necesitamos más pensamiento como instrumento transformador y menos balbuceos de consumo rápido. El futuro, me temo, no es halagüeño.

 

Publicado en la revista literaria En Sentido Figurado, mar-abril 2025, año 18, nº 3, pp.39-43

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Un comentario

  1. Estoy leyendo algún artículo de la revista En sentido figurado y me parece muy interesante. ¡Enhorabuena por tu aportación!

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