Federico de Madrazo, Amalia de Llano, condesa de Vilches, 1853, Museo del Prado, Madrid

ARISTÓCRATAS EN EL PRADO.

 

 

En la sala número 61 del museo están colgados algunos de los numerosos cuadros de Federico de Madrazo, el gran retratista de la alta sociedad en época isabelina. Según se accede a esta sala, a la derecha, está Sabina Seupham, la tercera esposa del banquero Henry O´Shea. A continuación vemos a Josefina del Águila Ceballos, luego marquesa de Espeja, casada en 1850 con el vizconde de Aliata y, dos años después, con el duque de Valencia. En un tamaño algo más pequeño, en la esquina, está Carolina Coronado, literata. Le sigue María Dolores Aldama, marquesa de Montelo. Cierra el quinteto de señoras de este exclusivo círculo social Amalia de Llano, casada con Gonzalo de Vilches, nombrado conde desde 1848, y amiga personal del pintor. En la misma sala se puede ver también un magnífico busto de Isabel II para situar a los despistados que pasen por allí y se ubiquen en la época del entorno. Además, en la misma sala hay colgado algún paisaje y otros retratos del romanticismo con la intención didáctica de ofrecer una ligera idea sobre los gustos estéticos del momento.

Las damas elegantes conversan entre sí sobre temas diversos. El ocio es su pasatiempo predilecto y en él emplean tanto sus intereses personales como el tiempo en sociedad. No han trabajado nunca ni se espera de ellas que lo hagan. Sería de clase baja dedicarse a alguna actividad física. Estas señoras son un producto de su tiempo y de sus circunstancias y Federico de Madrazo supo representarlas en su plenitud más deslumbrante. Sus retratos hacen que la memoria de estas aristócratas permanezca con nosotros más de un siglo y medio más tarde. El pintor no se permitía juzgarlas sino, por el contrario, mostrar sus encantos y embellecerlos, si era menester, con pequeños retoques de rosicler. Esas imágenes han quedado congeladas para que las recordemos. La escenografía cuidadísima, el mimo a los detalles y la riqueza que las envuelve son, en el fondo, expresiones del miedo a desaparecer. Ante el paso del tiempo, el maquillaje. Ante el olvido, la estampa encantadora. Ante la desmemoria, la eternidad que impregna estos cuadros que admiramos. Estos retratos reviven una forma de transitar por el mundo decimonónico. Por eso Madrazo y sus modelos han pasado a la posteridad.

– ¿Qué quiere que le diga, doña Josefa? No sé si me acaba de gustar esta nueva ubicación. Nos han puesto alrededor muchos niños… demasiados, diría yo. Mientras a la niña Rafaelita no se le escape el loro, vamos bien. ¿A quién se le ocurre sacarlo de la jaula? Me preocupa no ver por ningún sitio a las niñeras que se encargan de ellos – Sabina Seupham mira a su alrededor con disgusto.

-Estoy totalmente de acuerdo con usted, doña Sabina. El ambiente infantil le quita prestancia a la sala -se queja la marquesa de Espeja-. Espero que no empiecen a hablar a voces, a gimotear o a dar saltitos, que sería muchísimo peor.

En la otra pared la marquesa de Montelo y la condesa de Vilches están más preocupadas por otras cosas. Su cháchara tiene que ver con banquetes dados en las casas principales de la capital, con festines y con recetas.

-En la última cena ofrecida en su casa, a los postres, me explicó la condesa de Lemos cómo se hacía el chocolate en su casa desde tiempo atrás – informa con seriedad Dolores Aldama.

-A ver, deme la receta. Me interesa mucho y se la pasaré a mi cocinera.

-Tome nota de los ingredientes, que es la parte más importante, aunque tengan que traerlos desde América.

-Diga, diga -insistía Amalia.

-Se necesitan 20 libras de cacao de Caracas fresco, bueno y tostado. Una vez limpio de cáscara quedarán unas 15 libras. A esto se añaden otras 15 de azúcar de pilón, de buena calidad siempre. Esta mezcla se muele cinco veces y en cada molienda se le añaden 6 onzas de canela. A la tercera…

-Perdone, Dolores, ¿la canela debe ser en rama o molida?

-Molida, molida para que no se hagan grumos y el sabor sea más uniforme. Sigo con la receta…, en la tercera molienda del azúcar y el cacao se le pone un mazo de vainilla, que tiene que ser fresca y reciente, naturalmente.

-Naturalmente.

-De toda esta preparación salen unas 30 libras de chocolate finísimo y con un aroma exquisito – termina Dolores, muy satisfecha de aportar alguna novedad a la anfitriona por excelencia de los salones elegantes de la capital.

El otro lienzo de pared las damas continúan con sus observaciones sobre la renovación de las salas del museo.

-Dicen que han aprovechado mejor el espacio y que ahora se ven más obras de arte y más pintores que antes.

-¿Más pintores dice, doña Sabina? Lo que necesitamos es más diversión y menos drama -dice Josefina.

-¿Se refiere usted a drama literario o drama en la vida real? -interviene Carolina Coronado que se encuentra en el medio de ambas conversaciones.

-La vida real no interesa a nadie. Lo gracioso está en la ensoñación. Lo bueno es el glamour de sedas y cachemiras y no la pobreza ni la miseria -contesta Josefina muy segura de sus afirmaciones.

-¡Diga usted que sí! De otra manera no podríamos lucir nuestros trajes maravillosos ni nuestras joyas divinas ni estos peinados tan aparentes -interviene Sabina- Para hacer el mío ha tardado la doncella alrededor de dos horas y media, a lo que hay que añadir el tiempo dispuesto para el aderezo del conjunto. En total he tardado media mañana en posar así de estupenda – y doña Sabina se ahueca su opulento vestido de terciopelo rojo acompañado de una estola de armiño.

-Por otro lado piense usted, querida doña Carolina, que gracias a nuestras necesidades damos trabajo a oficios artesanales que dejarían de existir si nosotras no los contratáramos -Josefina se pone pensativa y empieza a enumerar-. Por ejemplo, bordadoras, encajeras, zapateros, sastras, tejedores, tintoreros…

Mientras, Sabina argumenta que no pueden repetir atuendo con demasiada frecuencia porque ello significaría que no están al tanto de las novedades de los figurines de moda de Paris. Cuenta que ha adquirido dos cortes de vestido, uno de muselina color pulga y blanco y el otro de tejido Florencia pintado tierra de Egipto, expresamente traídos de la capital francesa. Josefina parece que no le hace mucho caso y sigue con su lista:

-…Cordoneros, curtidores, planchadoras, corseteros, calceteros, sombrereros…

– ¿A qué están ustedes jugando? -pregunta Amalia de buen humor.

-No es ningún pasatiempo banal -responde Carolina- Se trata de trabajadores dignos que nos rodean y nos hacen la vida más fácil a todas.

-Les ha faltado mencionar a las mantilleras -interviene Dolores, que estaba al tanto de la otra conversación. Las mantillas finas de blonda las hacen las bolilleras con hilo de seda y se necesita tener muy buena mano para que sean preciosas de verdad. A mi me gustan esas que tienen ondulaciones en los bordes.

-La que lleva usted, doña Carolina, es discreta y elegante -apunta Sabina.

-Gracias, pero el encaje de punta de castañuelas de doña Dolores es de una calidad superior. Fíjense bien en los remates de su vestido -contesta Carolina.

-Siempre que viajo a Sevilla encargo una mantilla a mi encajera, que es la más primorosa -interviene Josefina. Me toma las medidas de la espalda y la acopla a la perfección con la peineta que he de llevar. Definitivamente, Sevilla es para las mantillas.

-Y Santander para el verano -responde Amalia.

-Y Madrid para los saraos de todo tipo -añade Dolores.

-Incluidos los literarios -aclara Carolina.

-Estoy de acuerdo, siempre que no haya chusma y gente vulgar, insisto.

Sabina ha hecho un mohín con la nariz y Carolina le lanza una mirada fugaz a la esposa del banquero. Le pregunta a bocajarro:

-¿Usted ha sido pobre alguna vez?

-Ummm.., no me acuerdo. Me parece que no -duda Sabina.

Amalia de Llano interviene para quitar hierro a la conversación porque intuye que puede derivar por derroteros peligrosos.

(…)

Las damas se revuelven dentro de los marcos de los cuadros. Miran hacia otro lado, se abanican. Esta explicación de la precariedad les incomoda. Están acostumbradas a experimentos filantrópicos de salón heredados del siglo anterior y a teorizar en tertulias sobre las sociedades benéficas. Admiten los adelantos sociales, pero sólo hasta el punto de perfeccionar la agricultura, las ciencias y las artes. Ellas son inteligentes y no pueden arriesgar su amistad por cambios sociales hipotéticos que estaban fraguándose en Europa que llegarán a nuestro país aún décadas después. Es inútil adelantarse a lo que no existe. Las aristócratas se mueven entre tradiciones de las que no es sencillo salir porque están grabadas a fuego, desde su nacimiento, en su estilo de vida y la mentalidad de la sociedad inmovilista a la que pertenecen. En la organización social del momento cada elemento tiene su lugar y, en su opinión, este estado de cosas es inalterable. Una vez más, la condesa de Vilches cambia radicalmente el rumbo de la conversación:

-A mí me parece que esta nueva sala es confortable, ¿no creen ustedes?

(…)

-A mí me gustaría estar rodeada de mujeres como Gertrudis Gómez de Avellaneda. Sin menospreciar a ustedes mis vecinas, que conste… -matiza Carolina.

-Es muy natural que usted prefiera los ámbitos literarios. En el Liceo Artístico y Literario, en un ambiente más liberal, se acepta a mujeres. En mi opinión, fue un acierto del fundador José Fernández de la Vega y de Hartzenbusch. Éste fue su mentor, si no me equivoco ¿no es cierto? -pregunta la condesa de Vilches.

-Así es, fue uno de los varones que creyó en mí y mis escritos. Veo que usted responde a su justa fama de dama leída e interesada por lo artístico.

-No crea, soy una simple aficionada que de vez en cuando escribo alguna novela y también me gustan las representaciones teatrales domésticas…, nada de importancia. Ojalá publicaran en la prensa mis artículos como a usted, mujer políglota y cultísima. Pero explíqueme qué es eso de la Hermandad Lírica, porque algo ha llegado a mis oídos… (…) Veo que aún podemos ser optimistas por lo que significa el arte como elevación del espíritu. Se empiezan a conocer las mujeres estudiosas, símbolo del nuevo siglo. Lástima que vivamos en un país donde no se leen libros -se lamenta Amalia.

 

Fragmento del relato “Aristócratas en el Prado”, del libro Actuamos con naranjas en la boca. Matilde González

 

Más mensajes interesantes

Un comentario

  1. Todavía no he leído el libro, lo llevaré en la maleta de Semana Santa, pero el artículo me ha gustado mucho. Es tan evocador que casi veo a esas aristócratas charlando.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *